La autora se refiere en este artículo a algunos conflictos relacionados con la comida, que ocultan estados de ánimo o dificultades vinculares.
La relación con la comida nos habla de nosotros mismos. El tipo de alimento que ingerimos y la manera de hacerlo, está relacionado con nuestra historia personal, con nuestros deseos, nuestros miedos, angustias, enojos.
Freud hablaba del hambre y el amor como dos necesidades básicas del ser humano, la una existiendo junto a la otra, una relación que nace con nosotros, (el hambre del bebe calmado, saciado a través del amor de la leche materna) y que continuará por siempre a través de los diversos vínculos que se vayan armando y desarmando. Así hay quienes dicen: “cuando estoy sola/o tengo deseos de comer” y otros que dirán “cuando me invade la tristeza se me cierra el estómago”, y así se habla del amor y del desamor, a través de lo cotidiano, de lo aprendido culturalmente, y de esta manera las personas dejan entrever sus almas.
El comer compulsivamente, el comer hasta hacer daño físico, nos muestra ciertas dificultades en la tramitación de los afectos, de dificultades emocionales que no pueden ser manifestadas en palabras y se depositan en el cuerpo. El negarse a comer, lo opuesto también nos habla de lo mismo.
Abandono, angustia, desamor, celos, enojos, son sólo algunos de los sentimientos con los que “cargamos” el cuerpo y la manera de deshacernos de ellos es a través de las PALABRAS, lo que no se dice, se traga y lo que se traga con rabia enferma. Cuando se logra distinguir qué es eso que me hace doler el alma, y se le ponen palabras, se les dá sentido, ese dolor va sanando y junto con él, su cuerpo. La boca, zona erógena por excelencia, ya no estará solo para recibir comida y más comida, también, a través de ella se pronunciaran las palabras que permitan liberar el dolor y curar.
La comida, no es sólo alimento, y lo que se elige incorporar hace referencia a momentos de la vida que, generalmente, deseamos mantener en la memoria. Así a través de olores, sabores, colores, retenemos un pedacito de nuestra historia, de aquello que no se quiere dejar olvidado. De esta manera el chocolate, deja de ser chocolate y se convierte, en encuentro; las tortas dejan de ser simplemente tortas y serán las risas compartidas con hermanos, el olor a la casa de la abuela, la sensación de familia unida; la comida salada se transformara en días de campo… y así cada cosa que se decide comer, alimentos que nos gustan y que , a través de ellos se puedan filtrar la niñez u otra parte de la historia que den sensación de bienestar. La comida nos llena de placeres que se quieren conservar.
La vida adulta, por su parte, impone obligaciones, stress, frustraciones, angustias, que no todas las personas pueden afrontar, para algunas resulta conflictiva y traumática. Ante esta imposibilidad de enfrentarse a ella, regresan a un “placer conocido y seguro”: COMER y en ese acto MASTICAR, rabia, frustraciones, tristezas, hasta que el sabor del alimento vaya calmando momentáneamente ese dolor. Sólo momentáneamente, porque esta situación se repetirá una, dos, mil veces, toda la vida, si no se logra ponerle palabras. Cuando la persona dice comer porque está ansiosa, se desata este círculo: sentimiento desagradable- comer-masticar- triturar algo más que comida- sensación de bienestar temporal- calma. Y luego otra situación incómoda se transforma en un nuevo disparador, y el ciclo vuelve a dar inicio.
Los trastornos alimentarios, la obesidad en muchos casos, son síntomas que nos muestran de la existencia de un conflicto inconciente, que no se vé, que la persona puede no saber o no entender, pero que sí lo siente, sabe que hay algo que le perturba su existencia, aunque aún no logre distinguir de que se trata.
Lic. Analia Fazzano. Psicóloga M.P. 3661. – Coordinadora de Vive Liviano -Miembro de Fundación Clínica de la Familia