Autora: Lic. Eliana Bertorello. Psicóloga – M.P. 2154. Miembro de Fundación Clínica de la Familia.
Conocer algunos por qué y para qué, de este comportamiento característico de los niños, nos ayudará a comprenderlos y fomentar el valor de la honestidad.
El uso de la mentira en los niños es un recurso muy común y propio del pensamiento egocéntrico que los caracteriza. Con el surgimiento del lenguaje el niño descubre la posibilidad de no decirlo todo y también descubre que puede decir lo que no es cierto. Inicialmente el niño no es capaz de distinguir completamente entre la realidad y su mundo imaginario, pero sí logra percibir lo verdadero de lo falso en el contexto que le rodea. Según estudios, alrededor de los seis años el niño estaría en condiciones de discernir entre la mentira, el juego y la fabulación. Aún así suelen confundir lo que diferencia una mentira, de un error. Es normal que los niños experimenten con la mentira antes de los seis como parte de su fantasía e imaginación y luego adoptarían diferentes intencionalidades.
Existirían distintos tipos de mentiras que obedecen a distintas razones. La mentira intencional es el engaño que se produce conociendo la falsedad de lo que se expresa, ya sea para obtener algún beneficio, ventaja o para evitar algún inconveniente. Puede ser compasiva, para no herir los sentimientos de otra persona o para defender a un amigo; también puede ser aprendida por imitación, cuando en su entorno se utiliza para excusarse. Hay mentiras que ocurren cuando el niño conociendo las expectativas del otro no quiere defraudarlo, entonces buscaría complacerlo y “quedar bien”. En estos casos, las emociones desencadenantes son la empatía y el temor a faltar a los sentimientos ajenos.
Por otro lado están las mentiras utilitarias, que aún sabiendo que no está bien, el niño las utiliza para conseguir algo. Entre estas, son comunes las mentiras defensivas que se dan cuando el niño busca evitar un castigo o que salga la luz alguna conducta incorrecta. Para estos casos, la emoción asociada es el miedo al castigo, la falta de confianza, la necesidad de atención, frustración, rabia, entre otras.
Las mentiras no intencionales, son aquellas en el que el niño no hace referencia a la verdad en su discurso porque lo que expresa es desde su percepción individual y personal del contexto que le rodea, puede ser fruto de su imaginación o por la incapacidad de analizarlo desde lo racional. En la primera infancia, entre los tres y cinco años, es normal que el niño no diferencie la realidad de la fantasía, por lo tanto, la mentira no es intencional sino más bien un error, exageración o parte de un juego.
La mentira compensatoria es aquella donde el niño relata una realidad muy distinta, por ejemplo se inventa una familia diferente, se atribuye logros escolares, deportivos, éxitos o regalos, o que fue el “héroe” de alguna situación particular. Estos engaños antes de los seis años, suelen ser banales y característicos de su identidad narcisista, pero su persistencia más allá de esa edad, podría indicar una cuestión más significativa para valorar clínicamente.
No existiría un argumento claro sobre porque hay niños que mienten más que otros, si existirían factores que además del impacto en la edad y la personalidad del niño, podrían influir en la construcción de la mentira. Entre ellos, la influencia de la familia, de los pares, la inteligencia y la naturaleza de cada situación concreta.
El comportamiento del entorno frente a la mentira del niño determinará su evolución. Si la familia se muestra impasible o crédula, o por el contrario, si las reacciones son rigurosas y las exigencias de los padres son en exceso (tanto en lo moral, como en lo escolar), podrían provocar y reforzar las mentiras infantiles. Ninguno de estos extremos ayudarían, quizás sea apropiado hablar al niño sin reclamar demasiado y darle la oportunidad de ser sincero, esto le permitiría salvar su estima y comprender la inutilidad de la mentira.
Así como el famoso muñeco de madera “Pinocho” recorre una travesía logrando una transformación interna hasta convertirse en un “niño de verdad”, el desarrollo del niño en edad escolar estará expuesto al aprendizaje social del valor de la verdad, de a poco el niño comprenderá que ser honesto, es uno de los méritos más sutiles para satisfacer: a sus padres, a las exigencias sociales, como también a su propia autoestima.