«Un hombre aislado y solo se siente débil, y lo es.» Concepción Arenal (1820-1893)
Los humanos primitivos tenían más probabilidades de sobrevivir cuando se mantenían unidos. La evolución seleccionó la preferencia por los fuertes vínculos humanos a través de genes que recompensan el placer de la compañía y producen sentimientos de malestar al enfrentar el aislamiento. La evolución nos configuró no solo para sentirnos bien con la conexión social, sino para que ello nos aporte una sensación de seguridad ante las amenazas del ambiente.Somos una especie gregaria por naturaleza. Nuestra evolución está ligada de manera determinante a la convivencia con otros. La biología ha configurado a los humanos con dispositivos especialmente adaptados a la vida en comunidad. La pérdida del contacto con nuestros semejantes genera reacciones desadaptativas con un alto costo para la salud. Somos mamíferos ultrasociales cuyos cerebros están conectados para responder a las señales de otras personas.
La pérdida del contacto con otros enciende los mecanismos fisiológicos del peligro y la amenaza codificados en nuestros genes. Las consecuencias no solo son cognitivas y emocionales sino también el producto de una cascada de acontecimientos mediante los cuales la fisiología se perturba de manera muy significativa.
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Por diversas razones, a menudo no consideradas en la agenda médica, la soledad se ha convertido en un grave problema de salud pública. La necesidad de una conexión social significativa, y el dolor que sentimos sin ella, son características definitorias de nuestra especie. Nuestro bienestar está intrínsecamente vinculado a las vidas de los demás. Pero vivimos una cultura que nos repite con insistencia que vamos a prosperar a través del interés propio, de la competencia y el individualismo extremo.
Que la ruptura social no se trate como un problema médico con la misma transparencia con la que tratamos un hueso roto, es simplemente porque no podemos verla. Sin embargo las neurociencias han demostrado que el dolor social y el dolor físico son procesados por los mismos circuitos neuronales. En humanos como en otros mamíferos sociales, el contacto reduce el dolor físico. Abrazamos a nuestros hijos cuando se lastiman precisamente porque el afecto es un poderoso analgésico. Los opioides alivian tanto el dolor físico como la angustia de la separación.
El dolor físico nos protege de las lesiones físicas, el dolor emocional nos protege del daño social. Despierta el impulso ancestral hacia la conexión con otras personas en redes sociales que amortiguan la intemperie del mundo. Pero para muchas personas eso es casi imposible.
La soledad es la causa raíz, la «causa de las causas», de muchos fenómenos clínicos que registramos a diario en nuestros pacientes. La práctica clínica restringida al tratamiento de las causas próximas nos impide tomar en cuenta la vida de relación de nuestros pacientes y condena al fracaso a muchas de nuestras intervenciones orientadas exclusivamente a lo inmediato y a la corrección de variables fisiológicas sin considerar los motivos de sus desvíos cuantitativos. Todo indica que la soledad que enferma y mata es la «soledad percibida». Es decir aquella que es independiente de la cantidad de personas que nos rodean y que está determinada por la profundidad y calidad del vínculo más que con la cantidad.
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Las enfermedades crónicas del aislamiento pueden desencadenar una cascada de eventos fisiológicos que aceleran el proceso de envejecimiento. La soledad no solo altera el comportamiento sino que modifica las hormonas del estrés, la función inmune y la función cardiovascular. La persistencia de estos cambios neuroendócrinos e inmunes ha sido señalada en numerosas investigaciones como causa de morbilidad y mortalidad temprana.
La experiencia sensorial de la conexión social, profundamente entretejida en lo que somos, ayuda a regular nuestro equilibrio fisiológico y emocional. El entorno social afecta las señales neuronales y hormonales que rigen nuestro comportamiento, y nuestro comportamiento, a su vez, crea cambios en el entorno social que afectan nuestros procesos neuronales y hormonales.
Desde el «neurofetichismo» hacia una ciencia real del cerebro (situado en su contexto). La cognición humana es CO-cognición
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Los estudios epidemiológicos han demostrado que la incidencia de soledad oscila entre el 20% y el 40% de la población. Una de cada cuatro personas regularmente se sienten solitarias.
El aislamiento social esté fuertemente asociado con la depresión, el suicidio, la ansiedad, el insomnio, el miedo y la percepción de amenazas. Es menos percibido pero de igual trascendencia su impacto epidemiológico en la salud poblacional. Se ha vinculado con la demencia, hipertensión arterial, enfermedades cardíacas, obesidad, diabetes, accidentes cerebro-vasculares, menor resistencia a las infecciones, enfermedades autoinmunes, suicidio, depresión, accidentes domésticos y de tránsito.
En los humanos, la soledad ha demostrado predecir la progresión de la enfermedad de Alzheimer. Existen estudios recientes que también sugieren que altera la transcripción del ADN en las células de su sistema inmune.
Percibir el mundo como amenazante y sin apoyo social sensibiliza al circuito cortico-amigdalino estimulando la hipervigilancia y altera la actividad inmune promoviendo un estado de inflamación crónica aséptica de bajo grado. |
La soledad tiene un impacto comparable en la salud física al de fumar 15 cigarrillos al día: parece aumentar el riesgo de muerte prematura en un 26%. Esto se debe en parte a que aumenta la producción de la hormona del estrés cortisol que suprime el sistema inmunitario. Entre las personas mayores de 60 años, la soledad fue un predictor de deterioro funcional y muerte.
La influencia del aislamiento social objetivo y subjetivo sobre el riesgo de mortalidad es comparable con los factores de riesgo bien establecidos que los médicos evaluamos contínuamente. Pese a estas evidencias la pesquisa de la soledad en la consulta con los enfermos no figura en la agenda del clínico.
Ya existen evidencias acerca de que la soledad disminuye la efectividad del sueño. Hay fragmentación, somnolencia diurna y fatiga crónica.
Las evidencias señalan a la soledad como un factor causal de riesgo cardiovascular y plantean la urgente necesidad de incorporarlo a la educación médica. Existen propuestas específicas acerca de los mecanismos fisiopatológicos que la vinculan con la mortalidad y morbilidad de causa cardio-cerebro-vascular.
Algunos países ya consideran a este tema como un grave problema de salud pública. En el Reino Unido se ha convertido en una prioridad del Estado. Las investigaciones oficiales han arrojado resultados alarmantes:
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¿Qué podemos hacer?
Existen instrumentos validados para la evaluación del grado de conexión social de los pacientes que pueden resultar útiles en la práctica diaria. La Escala de Soledad de la UCLA es una de ellas.
Escala de soledad de UCLA
Indique en qué grado le describen a usted cada una de las afirmaciones siguientes. Señale con un número del 1 al 4 cada una de ellas. 1. Indica: «me siento así a menudo».
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Los médicos tenemos la obligación de abrir el espectro de nuestras explicaciones de los fenómenos clínicos que observamos incluyendo al ambiente donde se generan. Gran parte de los cuadros por los que asistimos a nuestros pacientes son la consecuencia de los esfuerzos adaptativos de las personas a un contexto que demanda una carga que no logran soportar.
En tiempos de individualismo, de exaltación de la competencia, de meritocracia y ruptura de los lazos sociales; la patología no podría más que reflejar las circunstancias de la vida. Limitarnos a las causas inmediatas (variables fisiológicas) mientras permanecemos ciegos a las causas distales (ambientales) que las provocan, limita nuestra capacidad de comprender y, por lo tanto, de ayudar a las personas que confían en nosotros. Es imperativo que ingrese a nuestro repertorio de preguntas tradicionales como: ¿usted fuma? o ¿hace ejercicio?, una pregunta urgente y fundamental: ¿se siente usted solo?
Fuente: IntraMed News de Psicología