En vísperas a la celebración del día de la mujer, la autora invita a reflexionar a las mujeres que transitan esta etapa vital.
Dice Doris Lessing: “Uno empieza a descubrir la diferencia entre la persona que realmente es, su verdadero yo, y su apariencia, cuando comienza a hacerse mayor…Toda una dimensión de la vida se desvanece y una descubre que, de hecho, estaba acostumbrada a utilizar su aspecto exterior para atraer la atención… Es algo biológico. Algo total y absolutamente impersonal. Realmente es lo más saludable y fascinante que puede ocurrirle a una persona, despojarse de todo eso. Envejecer es extraordinariamente interesante en realidad”.
En la sociedad actual, occidental, hay un solo modelo de mujer: “la mujer joven”. Tenemos la idea de que la vida en plenitud está asociada a la juventud y a la potencia. Vivimos en una sociedad que tiene miedo a envejecer, nos asusta cuestionarnos quiénes somos realmente. No se puede parar el tiempo, sí, podemos conseguir un alto grado de salud en cada etapa vivida. Seguramente necesitamos ayuda, pero ésta aunque parezca lo contrario no vendrá de afuera y mágicamente.
Llegamos a la edad mediana envueltas en temores y creencias, como si se aproximara el momento de despedirnos de nuestras pasiones, de nuestra seducción, de nuestra creatividad, de nuestra salud física.
Lamentablemente los cambios que se producen en la menopausia se han psicologizados y medicalizados, lo que lleva a las mujeres a vivir esta etapa natural y esperable, con temor y con la sensación de pérdida de vida. Se convierte en una preocupación y muchas veces se la define como enfermedad, sin darnos cuenta que es solo un cambio biológico.
Es cierto que el cuerpo va cambiando, que la piel se modifica, que la flexibilidad es diferente, como va cambiando la vida, pero todo esto no es sinónimo de enfermedad, sino que muestra que las mujeres en la mitad de la vida estamos “vivas” y tenemos camino para andar de otra manera.
La aceptación es ver las cosas como son y entender que hubo cambios aunque no sean los que esperábamos. Madurar es aceptarlos para tener un presente que se pueda disfrutar sin quedarnos añorando el pasado, que no siempre fue mejor.
Los cambios son nuestros compañeros de ruta en la vida, el tiempo está presente en ellos, por lo que deberíamos adueñarnos de ellos, haciéndonos protagonistas. El tiempo pasa velozmente y no tendríamos que quedarnos al costado viendo pasivamente como se producen los cambios de nuestra vida. Es un momento en el que las mujeres estamos en condiciones de interrogarnos sobre nosotras mismas, sobre cuales son nuestras necesidades. Para ello, debemos desprendernos de lo que fue, para poder apreciar lo que está siendo. Y así tratar de reconstruir la que éramos sin pretender copiar aquellas fotografías de la infancia y la juventud.
El desafío es darnos permiso a desarrollar aspectos de nosotras qué jamás hubiésemos pensado tener, ya que en este momento de la vida, dejamos de ser el eje alrededor del cual circulaba la familia, que en general sosteníamos, dejamos la atención y protección de los otros.
Hay que volver a desandar espacios y modalidades transitadas, desarmar costumbres aprendidas en muchos años, caminar veredas que no son las conocidas. Volver a reencontrarse con la mujer que muchas veces quedó ignorada y oculta por las obligaciones familiares.
Para muchas mujeres, este momento representa un “salto al vacío” que requiere de una mano confiable que no implica llegar al rito de Thelma & Loise, pero que sí ayuda a sentirse acompañada en el tránsito del mismo.
María Jesús Balbás dice: “No hay camino. Buscarlo es una quimera. Podemos escuchar, compartir con otras mujeres, pero no se trata de seguir el camino de las demás. Cada una debemos encontrar el nuestro. Cada una debemos explorar nuestros recursos”
Las mujeres maduras podemos desarrollar nuestra vida interior o dedicarnos a cuestiones más creativas y actuar donde estamos, de manera mucho más centrada en nuestras necesidades, ya que tenemos en nuestro haber “la vida transcurrida”. También es oportunidad para pensar y revisar lo transitado, si queremos hacer una transformación profunda, sabiendo lo difícil que es dejar las estructuras básicas, viejas y conocidas.
Dice Silvia Plager: “En el I Ching está escrito que ni aunque se tire, se puede perder lo que a uno le pertenece. Y a uno le pertenecen todos los momentos de la vida, incluida la vejez y la muerte.”
Lic. María Fernanda Sanchez. Psicóloga M.P. 2720 Miembro de Fundación Clínica de la Familia