La especialista Ana María Bringas se refiere a la importancia de atender las emociones de los pequeños y el apoyo que deben dar los padres
En el marco del ciclo de conferencias “Pensar en Familia”, organizado por la Fundación Clínica de la Familia, la especialista en psicología clínica de niños Ana María Bringas ofreció la conferencia: “Escuchando las emociones de nuestros niños”. En esta nota para la columna de “Informar para la salud” se refirió a la importancia de la participación de la familia en el proceso terapéutico y la contención que se debe dar a los niños para entender situaciones propias de su edad.
En el auditorio de Fundación Clínica de la Familia, además, se dictará hoy un seminario, destinado a psicólogos y estudiantes avanzados de Psicología sobre el abordaje con niños desde el enfoque terapéutico. “Lo fundamental es trabajar sobre las actitudes terapéuticas, porque la Gestalt pone mucho énfasis en el trabajo personal del terapeuta, y se trabaja con la base de la filosofía fenomenológica, una base del existencialismo”, dijo la especialista, y agregó: “Mientras uno esté más libre de ideas previas, de hipótesis, de prejuicios, cuando se va a relacionar con la persona, es mejor, más valioso, se puede establecer esa relación, porque una de las bases de la terapia es la interrelacionalidad. Si uno se queda sin ideas previas en el trabajo con niños es muy rico, es fácil observar sus movimientos, lo que dice, y así darse cuenta lo que a él le está pasando”.
– ¿Son conceptos que solamente aplica el terapeuta o también pueden ser tenidos en cuenta por padres y docentes?
– En la Gestalt también se tiene en cuenta a los docentes, a todas las personas que busquen una relación más sana. Lógicamente, nosotros nos enfocamos en lo clínico, y se aplican temáticas vinculadas a la psicopatología o el rol terapéutico. Los padres, en tanto, también pueden hacer los talleres, pero implica un trabajo muy grande. No es sencillo decir que uno va a estar en contacto con el otro, estar presente, pero sin imponer en el otro lo que se proyecta. Si un padre se puede parar frente a su hijo, sin incluir sus historias pasadas, lo que vivió cuando era chico, y ver qué le pasa al niño sin ideas previas, la relación será mucho más saludable. Es difícil, pero sucede que cuando los padres entienden cómo es un niño de cuatro años, comprenden mejor la realidad y les ayuda más.
– En este tipo de trabajos, con niños involucrados, es clave la participación de la familia.
– Por supuesto, si no se incluye a los padres en el trabajo con los niños, la terapia no va a funcionar. Si los padres no depositan en el terapeuta la suficiente confianza, entonces el especialista se convierte en alguien que tira para otro lado. Es una terapia que hace daño en lugar de solucionar. No porque el padre deba hacer algo especial para quedar bien, sino que a veces están tan perturbados por lo que está sucediendo y resulta difícil confiar. Si el daño es grande en la persona adulta, es complicado que deposite sus aspectos vulnerables en otras personas.
– ¿Cuáles son las realidades más frecuentes que se ven en los chicos?
– Con lo que más trabajo es cuando se espera de los niños algunas cosas que ellos no pueden dar, porque no son adultos. Aún cuando hablen como grandes, sus vivencias afectivas y emocionales son de niños de 3 o 4 años. Hay características de estas etapas evolutivas que si no se tienen en cuenta y se pasan por arriba, complican el vínculo.
– ¿Qué ocurre con los niños ante estas expectativas de sus padres?
– Lo que más recibo en el consultorio son niños con problemas de conducta, y en general son varones. Tengo más nenes que nenas, en especial con problemas de hiperquinesia. Esto porque el varón no se puede quedar quieto. Una de las pocas diferencias de género es que la niña puede llegar a quedarse quieta por una cuestión de aplicación, estando en la clase, porque quiere hacer lo que la señorita puso en el pizarrón, por ejemplo.
– En este contexto, es fundamental escuchar a los niños sobre lo que son sus emociones.
– Sí, lo que pasa es que hay emociones de los chicos que a los padres nos descolocan. Cuando ellos se enojan, se tiran al piso y gritan, los padres no lo comprendemos. En realidad, el niño que puede hacer esto tiene una fuerza de vida increíble. Siempre les digo a los padres que tienen que ser como árboles, algo que es muy difícil, tienen que estar bien plantados, para que cuando viene el vendaval de los niños de 4 años, puedan seguir firmes y fuertes. Tienen que decirles que se dan cuenta de que están enojados, pero siguen firmes en la decisión y no por eso los van a querer menos. Como adulto hay que asumir las consecuencias de las acciones de los niños.
Invitada: Lic. Ana María Bringas, psicóloga (M.P. 2.621)
Especialista en Psicología Clínica