Una definición que me gusta de las creencias es: “Certeza que se tiene acerca de determinadas personas, cosas, ideas, experiencias, etc., asociada a un carga emocional, que en gran medida es inconsciente” XXI. Las creencias son muy poderosas, al punto de poder constituir tanto el fin como el origen del bienestar y las desgracias.
Pueden limitarnos e impedirnos alcanzar objetivos, como también empoderarnos para lograr lo que muchos creen imposible.
En el mundo de la psicología tenemos una forma muy didáctica para explicarlo.
Las creencias o paradigmas son llamados mapas, ya que guían y orientan nuestras acciones. Representan el territorio, pero no son la realidad misma.
Puede parecerte raro pero los seres humanos no nos relacionamos con la realidad, sino con lo que creemos que existe. Solemos decir que vivimos en nuestro mapa, pero el mapa no es el territorio, así como tampoco el menú es la comida.
De este modo, las creencias determinan todo lo que ves del mundo circundante, y cómo lo ves.
Imaginate por un momento que vas en tu auto con GPS, pero el mapa que tiene incorporado no coincide con el de la ciudad en la que estás transitando. Por ejemplo, digamos que estás en la provincia de Tucumán, pero el mapa que tiene el software del dispositivo es de Entre Ríos. ¡Menuda desorientación! Cada metro que avancés, cada curva que doblés, el GPS dirá incesante (leer con voz de computadora intransigente):“Recalculando. Doble a la izquierda… Recalculando. En la próxima curva tome a su derecha. A 200 metros, en la rotonda, doble a la izquierda”. Y vos mirás por el parabrisas buscando lo que te indica el GPS pero no hay ninguna rotonda. Decime, ¿cómo la vas a pasar con esa orientación? ¿Creés que vas a llegar a destino con ese GPS? Claro que la vas a pasar muy mal y no vas a llegar a ningún lado. Esto es más o menos lo que pasa cuando una persona tiene paradigmas que no se adecuan a la realidad. Tendrá una voz interna –como la del
GPS– que prácticamente la volverá loca, porque le estará dando instrucciones erróneas constantemente.
Siempre tenemos algunos aspectos de nuestros paradigmas que no se condicen con la realidad en la que estamos. Cuando el mapa difiere poco con el territorio no representa mayor inconveniente; el problema se da cuando las diferencias son grandes. Hay quienes tienen creencias totalmente distintas a la realidad, entonces están convencidos de que el mundo debería ser de otro modo. Sus expectativas de cómo deben ser amigos, pareja, trabajo, policías, curas, médicos, psicólogo y demás son muy distintas de cómo es la realidad, entonces viven frustrándose por un “GPS que tiene un mapa muy imperfecto”.
Muchos van dando-por-supuesto y tomando-todo-personal, endilgando culpabilidades gratuitamente, sin reparar en que los equivocados son ellos mismos.
Y en lugar de revisar sus mapas y actualizarlos, se enojan con el mundo porque no es como dicen sus creencias. Intentan forjar la realidad de ese momento según lo que establecen sus mapas, en lugar de intentar adaptar el mapa al territorio. Imaginate un cartógrafo que diga “Saquen esa montaña de ahí porque no figura en el mapa”. ¡Qué locura! Lo correcto en este caso sería modificar el mapa, jamás el territorio.
Albert Ellis sostiene que la ira la creamos nosotros mismos filosóficamente, en el sentido de que recurrimos a pensamientos absolutistas y autoritariosXXIII. Afirma el autor que ninguna experiencia o circunstancia tiene un valor establecido per se, sino que somos nosotros los que la enjuiciamos o clasificamos como buena o mala según nuestro sistema de creencias. El problema es cuando esas creencias se alejan mucho de la realidad. Todos los “yo debería” y “el mundo o los demás deberían” como dogmas imperativos son generadores de emociones malsanas, tanto respecto de nosotros mismos (cuando te enojás con vos) o de los demás (cuando esperás demasiado de ellos). También Ellis enfatiza en que las emociones son una consecuencia de los pensamientos, y dice al respecto:
“Tras haber hablado con miles de personas con distintos niveles de perturbación emocional, aún no hemos encontrado a una sola que no sea responsable de crear, con sus dardos verbales autopunitivos, gran parte de sus innecesarias perturbaciones emocionales” XXIV.
Las creencias irracionales respecto de los demás son generadoras de ira o rabia. Las reconocemos por autodiálogos del tipo: “Quiénes se creen que son, cómo no van a saludarme”. Los imperativos dogmáticos que nos humillan a nosotros mismos generan ansiedad. Los encontramos en los famosos “debería”, por ejemplo: “Debería tener una casa propia”, “Debería estar en pareja, no puedo estar solo”, “Debería ser flaca”, “Debería tener un título universitario”.
Por último, las creencias que no aceptan las condiciones del mundo tienden a generar depresiones. Se expresan en autodiálogos como “¿Por qué me pasó a mí?”, “Esto no pude ser”, “El mundo conspira en mi contra”, “No hay esperanzas de mejorar, esto seguirá igual de podrido”.
El esquema que intento trazar sigue la siguiente secuencia: en primer lugar se crea una imagen ideal de una determinada situación, luego se genera la expectativa de que así será (se da por supuesto, sin cuestionar en absoluto esta suposición) y por último, cuando la realidad es real (y no ideal como se pretendió)
surge el enojo. La falta de aceptación de la realidad a partir de la creación de un ideal inexistente es la base de los malestares emocionales. Es esta clase de incongruencias –que son sólo responsabilidad nuestra– lo que suele originar varios trastornos emocionales.
El mismo Sigmund Freud marcó la diferencia entre los conceptos “realidad” y “realidad psicológica”. Resulta que en el tratamiento psicoanalítico que hacía con sus pacientes descubrió en varios casos que la descripción de las vivencias “traumáticas” que éstos hacían de sus infancias no coincidía con lo que realmente había acontecido. De modo que algunos vivían tristes por un pasado que nunca tuvo lugar en la realidad, sino que sólo pertenecía a sus realidades psicológicas.
Se dio cuenta también de que cuando somos niños nos falta mucha información para llegar a comprender determinadas situaciones del mundo adulto, ante lo cual llenamos esos baches de ignorancia con construcciones mentales. De modo que creamos nuestro pasado acomodando y encajando recuerdos de la mejor manera posible, con la información disponible y una capacidad de comprensión inmadura (por el solo hecho de ser niños). Así, creamos nuestras propias creencias o realidades psicológicas, las que posteriormente generarán emociones. El caso es que estas realidades, al ser construidas desde la mirada del pequeño ojo de la cerradura de nuestras infancias, suelen estar bastante distorsionadas.
Esto de “realidades psicológicas” es lo que hoy en día llamamos en PNL (Programación Neuro-Lingüística) programaciones mentales (8). El problema, como habrás podido advertir, es que casi en la totalidad de los casos somos inconscientes del proceso de creación de esta realidad psicológica o programación mental. Pocas veces somos conscientes de nuestras creencias o de la manera en que pensamos. Frases como “Los habitantes de tal región son vagos/ fríos/especuladores” llevan implícitas generalizaciones del tipo “siempre” o “todos”. Lo curioso de esto es que aunque desde nuestro razonamiento no lo creamos así, estas creencias subyacen a nuestras conductas, y tienen muchísima influencia en nuestro comportamiento y en la génesis de nuestras emociones. Así, según nuestras creencias vamos interpretando cuanta cosa sucede, haciendo suposiciones y endosando responsabilidades –en muchos casos injustamente– tanto a terceros como a nosotros mismos, lo cual después provoca, en algunos casos, emociones malsanas. En otras palabras, el modo en que vamos dibujando nuestros mapas mentales no es riguroso, sino más bien impreciso, pero en general somos ignorantes de ello(9). Siempre recordá que estos mapas mentales (o creencias) son los responsables de nuestras emociones y comportamientos, porque determinan el modo en que decodificamos y
clasificamos lo que nos pasa.
Extracto del libro “Modo Creativo” – Lic. Lucas J.J Malaisi