En vísperas a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo, la autora reflexiona acerca de la feminidad.
Honrar a las mujeres en el día Internacional de la Mujer no resulta ser una tarea sencilla; porque hay tanto por decir tanto por alagar, por revalorizar y enaltecer, por agradecer y redescubrir, en todas y en cada una de ellas, de las que habitan nuestro universo, que no alcanzan con unas pocas palabras que forman parte de un artículo, de una nota, ni tan siquiera de un solo libro acerca de la feminidad.
Por un lado, todas llevan consigo la marca de sus antepasados, las marcas que las hacen especiales y diferentes desde el lugar personal que ocupan; con historias disimiles y vivencias singulares; creencias, apropiadas inconcientemente, arraigadas a su propia manera de ser y de estar. Lo que va marcando la diversidad entre una misma y las demás. Pero desde otro lugar, el sólo nombrar la palabra Mujer, las aúna, las fortalece, nos identifica.
Durante años y en las diferentes culturas la naturaleza instintiva femenina debió ser acallada, la mujer “diferente”, la que gozaba con su arte, con su espiritualidad, con su intelectualidad, era tildada de extraña, rara, loca, no se respetaba su individualidad, su creatividad, su manera diferente de percibir la vida; esto llevó a que muchas de estas bellas femeninas se domesticaran, se escondieran bajo sus disfraces de modosas, mesuradas o comedidas, su verdadera vocación. El éxito era privativo de los hombres. Y las mujeres sólo podían acompañar detrás. Parece que esto hubiera pasado hace muchos años, pero la triste historia es que no resulta ser tan así. Es verdad que la humanidad ha avanzado, pero aún hoy, a las mujeres no se las respeta en su totalidad, con sus ciclos propios, su profesionalidad, sus apetencias individuales, sus intereses intelectuales. Y seguimos escuchando padres que desean torcer las elecciones profesionales de sus hijas, porque parece ser que hay profesiones que deben ser masculinas, maridos que maltratan a sus esposas, novios que castigan a sus jóvenes pareja, seres que hieren física y espiritualmente de por vida a muchas mujeres que habitan nuestro mundo. La lista sería muy extensa e inútil enumerarla aquí.
Hay mujeres que parecieran que no quieren saber que esto les está pasando, o que no pueden reconocerlo conscientemente, pero en su interior algo late, algo les hace ruido; y en su exterior lo vemos manifestado en un cuerpo desvitalizado, en un rostro sin sonrisa, en una piel sin sensibilidad, en un hacer cotidiano sin energía, sin deseo.
El objetivo de este artículo es que las mujeres sepamos que tenemos la obligación de atrevernos a descubrirnos, a conocer a la verdadera mujer que habitamos, a reencontrarnos con la fuerza primitiva, arquetípica de la mujer.
Recordar que es necesario dejar morir a la que ya no le sirve a nadie y atreverse a saltar la barrera, a denunciar el maltrato, a respetar los propios intereses, para que los demás los respeten. Dejar morir lo que deba morir, para que crezca lo nuevo. Empoderarse, esto no es más que llegar al fondo, descubrirse, aceptarse, amarse y fortalecerse; no hay otra manera de crecer, de ser valorada que enfrentarse a los miedos y avanzar. Este es un proceso que toda mujer tiene la posibilidad de hacer, para conocerse, para sincerarse con ella misma y con los que la rodean.
Para finalizar quisiera recordar que la ONU destaca que el tema del 2016 para conmemorar el día de la mujer es el siguiente: “Por un planeta 50-50, demos paso a la igualdad de género”
Respetuosamente, para todas las mujeres de la tierra.
Lic. Analía Fazzano. Psicóloga. M.P. 3661
Miembro de Fundación Clínica de la Familia