Eludir o disfrazar la verdad sirve para salvaguardar la autoestima, proteger la intimidad u obtener lo que se desea, entre otras cosas. Por qué y cuándo niños y adultos recurren a un mecanismo de defensa como la mentira, sin el cual la vida en común sería muy difícil.

Una mentira nunca vive para llegar a vieja», decía Sófocles. Definida como una «expresión contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente», la mentira es un mecanismo de defensa y de protección –habitual y en cierto modo adaptativo–, que cumple diferentes funciones: salvaguardar la autoestima y el deseo de ser aceptados y amados; evitar juicios de los demás, proteger la intimidad u obtener lo que se desea. También es una forma de no afrontar los problemas y evadir la realidad.

Pero, ¿cuándo y por qué las personas comienzan a mentir? Liliana Moneta, psiquiatra y psicoanalista de niños y adolescentes, dice que, sobre todo hasta los 5 o 6 años –que es cuando se asienta la personalidad y se agudiza la capacidad de razonar–, los niños no diferencian entre realidad y fantasía, por ello no se puede hablar de mentiras propiamente dichas. «Es una etapa de construir y fortalecer la autoestima. Entonces, los nenes dicen mentiras no creíbles, como “mi papá es famoso”. Como no tienen una mirada definida sobre sí mismos, como para decir “esto me hace ser valioso y diferente”, nutren su autoestima refiriéndose a sus padres, que son sus figuras más importantes».

La mentira también puede ser un síntoma de otra cosa. «Por ejemplo, una forma de distorsión del entorno, cuando hay padres ausentes o violentos. Es una forma de hacer más llevadera la realidad exterior. El niño puede decir: “Soy el preferido de papá”. Y en la realidad nada que ver», plantea Moneta, quien es presidenta del Capítulo Infanto-Juvenil APSA (Asociación de Psiquiatras Argentinos) y sexóloga clínica infantil. «O puede decir: “Mi papá es malo” (y uno sabe que no), porque por ahí el papá no le compró helado. Es la forma que tiene el nene de hacer obvia una emoción, que, como niño, vive intensamente».

Según publicó recientemente el diario La Nación, los adultos admiten decir una mentira por día, principalmente para protegerse a sí mismos y a los demás. «Todo el tiempo estamos mintiendo», afirma Harry Campos Cervera, psiquiatra y psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). «Estructuralmente, mentir es no decir la verdad. Y los fines son muy variados: lo hacemos para evitar lo que no es aceptado, como decirle a una compañera de trabajo: “Tu vestido es horrible”. También para preservar nuestra imagen, para que los otros no piensen mal de nosotros. Mentir es una necesidad inherente humana. Decir toda la verdad no es compatible con la vida. Sería para pelearse todo el tiempo», enumera.
Los mentirosos patológicos, en tanto, falsean la realidad y se sostienen sobre la mentira permanentemente. «Está el caso reciente del jugador de polo que engatusaba mujeres para estafarlas», comenta Campos Cervera. «El mitómano usa la mentira para plantar su propia existencia. Puede decir: “soy escritor, gané el Pulitzer” e inventarse toda una historia como una forma de vida».

Mientras más disminuida la autoestima, más necesidad existe de inflar el ego para darle valor. «Todos vamos a aparentar un poco más de lo que somos», dice el especialista, y asevera que los mentirosos de cuidado son quienes mienten con un fin no social, o sea, para encubrir, engañar, estafar, manipular, sacar provecho o timar. «El psicópata miente mucho», subraya.

Palabras como «creeme», «francamente» y «honestamente» delatan a los mentirosos. «“El que se excusa, se acusa”, dice un refrán. También el lenguaje corporal habla, incluso, más que el discurso», señala Campos Cervera. «Al respecto está la serie Lie to me (Miénteme, 2009), donde el psicólogo Paul Ekman analiza comportamientos y gestos». Hay quien dice que, al mentir, uno le roba al otro el derecho a la verdad. Igual de cierto es que la mentira puede herir a quien la recibe, pero perjudica más al mentiroso: ¿O acaso este puede recuperar la confianza y credibilidad perdidas?

Fuente: www.revistacabal.coop


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