La identificación de la dinámica violenta y de los actores del bullying puede brindar las herramientas para la intervención y la prevención del fenómeno
La violencia en la escuela puede manifestarse de diferentes formas (física, verbal), con distintos medios (por ejemplo, ciberbullying) y responder a distintas dinámicas de relaciones interpersonales, grupales y sociales. El acoso escolar entre pares se define por un “conjunto de comportamientos físicos y/o verbales, que una o un grupo de personas, de forma hostil y abusando de un poder real o físico, dirige a un compañero de forma repetitiva y duradera con intención de causar daño” (Olweus, 1993).
Entonces, para que la situación sea definida como acoso escolar entre pares, el poder que el afectado posee debe ser inferior al de sus compañeros. A su vez, los compañeros sostendrán en el tiempo comportamientos que tienen la intención de dañarlo (ponerle apodos, extorsionarlo, humillarlo, excluirlo socialmente) y finalmente se generarán daños psicológicos y morales en todos los que participan del acoso.
Dentro de este fenómeno, muchas veces las víctimas responden con escasa habilidad social, se sienten incomprendidas por el resto de los compañeros, incluso en algunos casos acuden a respuestas violentas, sintiendo cada vez más la soledad y la sensación de que nadie los puede ayudar.
Si los intentos de protegerse de la violencia de los compañeros son ineficaces, se acentúa un proceso de victimización definidos por los roles básicos y polares de agresor y de víctima, y sostenido por un dinámica de dominio-sumisión.
Es posible que los agresores encuentren dificultades en empatizar emocionalmente con los demás, que no puedan regular su agresividad e impulsividad y no logren valorarse a sí mismos.
Del mismo modo, las víctimas pueden tener baja inteligencia emocional, baja autoestima, carecer de competencias sociales apropiadas y no ser reconocidas por sus compañeros.
La dinámica
Lejos de ser una dinámica social simple y aislada de su contexto, el bullying se genera y se sostiene en un entramado social donde los pares estimulan y permiten este tipo de comportamientos. La red social que sostiene el bullying tiene en su centro la relación agresor-víctima, sumado a que el agresor se vincula con un grupo de compañeros que refuerzan su comportamiento y otro que ayuda directamente a hostigar y violentar a la víctima.
Termina de configurar esta red un grupo en general más numeroso que se convierte en testigo pasivo y silencioso de la escena: los espectadores. La escena de hostigamiento y acoso en la mayoría de los casos pasa inadvertida por los adultos, padres y docentes, y se legitima por la mirada cómplice de los compañeros, generando un vacío de ayuda llenado por el silencio.
Un contexto social y escolar que favorece la competencia, el dominio de unos sobre otros, el silencio ante la violencia y la impunidad de los actos agresivos hacia los más débiles sienta las bases para que las conductas de acoso entre pares se desarrollen y sostengan en el tiempo.
Respuestas ante la violencia escolar
Más allá de los esfuerzos de los alumnos por hablar, decir o denunciar, el silencio se quiebra sólo cuando existe alguien que esté dispuesto a escuchar. Al evidenciarse la situación que sufre la víctima, se requiere que se tomen decisiones rápidas y adecuadas a la singularidad de cada casodesde la contención emocional y un saber especializado. En general, se requiere de una intervención psicosocial que proteja a la víctima, desarticule las conductas de los agresores, y brinde -de ser necesario- asistencia terapéutica a ambos, decidiendo en cada caso si es conveniente una intervención grupal o escolar.
Si los episodios de violencia no logran ser comprendidos y significados, la subjetividad de alumnos/as, docentes y padres se ve afectada, creando un malestar vivido de manera angustiante y con temor a las futuras consecuencias.
Es posible, y parece que la mayoría de las investigaciones actuales lo avalan, que la primera respuesta -y la más sensata y simple- ante un hecho de violencia escolar se asiente en las enseñanzas y herencias de nuestra propia biología y creaciones culturales, que hicieron del cuidado de los menores y la compasión por el sufrimiento de los demás dos herramientas esenciales para nuestra supervivencia como especie.
Es posible, quizás, que ante el fenómeno del acoso escolar nuestra primera respuesta más allá del saber especializado necesite de asumir la responsabilidad de que, como adultos, tenemos sobre la educación y cuidado de los niños de nuestra sociedad. En todo caso, hay que pensar cuál sería nuestra respuesta natural y moralmente más probable si somos testigos del acoso o maltrato hacia un niño o hacia uno de nuestros hijos: ¿dar la espalda o ayudarlo? Y qué ayuda sería la más eficaz: ¿una violenta, individual o la construida en colaboración con otros?
Magíster Juan Pablo Zorza, psicólogo (M.P. 4512), miembro de la Fundación Clínica de la Familia
Escucha la entrevista en el micro de Informar Para la Salud en Fm Digital 91.9 realizada el día 27 de febrero de 2013: