La obligación de rendir es un nuevo y silencioso mandato que genera personas agotadas.
Pregunta: No doy más. Trabajo por mi cuenta y hago esfuerzos muy grandes para sostenerlo y cada día me alcanza menos. Estoy obligando a mi familia a achicar gastos y me siento culpable por mi fracaso. No duermo de noche, bajé 6 kilos y mi vida es un desastre. Por favor, dígame algo. Gracias.
Byung-Chul Han (1962) es un filósofo coreano que reside en Berlín. Es autor de diversos libros con marcada vigencia en la actualidad, uno de ellos titulado: “La sociedad del cansancio”.
En él hace foco en cómo la sociedad obliga a muchas personas que se dedican a trabajar “libremente” a una suerte de autoexplotación voluntaria que les resulta imprescindible para sostenerse en un exigente y muy competitivo mundo laboral.
Esto implica reconocer que los cambios sociales y políticos siempre acompañan y muchas veces determinan cambios en la subjetividad y en los modos de funcionar, por lo cual todo sufrimiento psíquico y físico se enmarca, desarrolla y expresa según la cultura del momento.
La acuciante situación obliga a muchas personas a reinventarse de manera constante y a exigirse tal nivel de funcionamiento para no caerse del mercado y no perder su trabajo aun a costa de sacrificar parte de sus relaciones personales e, incluso, su propio estilo de vida.
La depresión, la falta de atención, la hiperactividad, la fatiga crónica, el burnout son enfermedades fruto del exceso de querer o tener que “poderlo todo”, a la imposibilidad de decir no o a la incapacidad de poner límites.
La obligación de rendir es un nuevo y silencioso mandato que termina por generar personas afligidas, agotadas, resentidas y disconformes por los esfuerzos laborales que realizan y que puede llegar a tener consecuencias perjudiciales para la salud.
El aumento de los problemas de salud mental y física no debe ser pensado en términos tan sólo médicos o psicológicos individuales sino considerados dentro del contexto social y político que los individuos habitan.
En algunas personas, la presión y preocupación diaria por su rendimiento los mantiene en un constante estado de alerta llevándolo a funcionar siempre en modo supervivencia, de manera automática, diciendo que sí a todo, sin poder pensar lo que le hace bien o mal, con la atención diversificada y superficial, postergando necesidades básicas (comer, vincularse con la familia o con otros, hacer actividad física, distraerse, gratificarse).
Puede llegar a tal nivel de activación que hasta se compromete su capacidad de descanso y el sueño nocturno.
No es posible parar la cabeza e, incluso, la presión por el rendimiento puede adquirir tal necesidad que lleva al individuo a ingerir sustancias (café, energizantes, vitaminas) con la pretensión de mantener al cuerpo siempre forzosamente activo.
Cómo evitar el colapso
Pero al final, el cuerpo colapsa, la realidad se impone y la propia exigencia (autoexplotación según Han) acaba por dañar emocionalmente a la persona y a su organismo.
Para colmo, si no puede sostener ese ritmo funcional, la emoción primordial que resulta suele ser la culpa y el sentimiento de fracaso personal sin una vivencia de consideración hacia sí mismo o de rebeldía que invite a hacer o a exigir cambios.
B. C. Han afirma: “No poder más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión” y a la aparición de “enfermedades neuronales” dado que, una vez encendido el sistema de alerta hormonal y neuroquímico, queda activado obligando a realizar un tratamiento personal adecuado para su normalización
Autor: Dr. Norberto Abdala. Médico Psiquiatra. Fuente: Clarín.com