El 12 de agosto se celebra el Día internacional de la Juventud, dispuesto por la ONU. La fecha reactualiza el debate sobre qué significa ser joven, los estereotipos construidos y qué lugar les da la sociedad adulta a los jóvenes
El 17 de diciembre de 1999, la Asamblea General, respaldó las recomendaciones de la Conferencia Mundial de Ministros de la Juventud (Lisboa, agosto de 1998) y aprobó que el 12 de agosto fuera declarado Día internacional de la Juventud. En nuestro país además se celebran las elecciones primarias para representantes en los estratos parlamentarios, teniendo como particularidad que los jóvenes a partir de los 16 años podrán emitir su opinión en las urnas. Es más, jóvenes que hoy tienen 15 años y que para las elecciones definitivas de octubre tengan sus 16 cumplidos estarán habilitados a votar.
Ahora bien, mucho se ha dicho sobre este tema, muchas opiniones, debates, peleas y otras cosas se han vertido, siempre atravesadas por una mirada politizada, pero ¿qué cosas de los jóvenes nos hemos puesto a reflexionar, como supuesta sociedad madura?
No es un secreto, ni sapiencia de pocos que la juventud en la actualidad es una de las etapas que mayor cantidad de representaciones sugieren en el colectivo social, ya sea desde el temor o el encanto, si bien la tendencia remite a pensar en descontrol, drogas, sexualidad irresponsable, violencia, consumo abusivo de alcohol, que demonizan esta etapa vital.
Claro está que el contexto social e histórico en el que cada generación cursó esta etapa ha estado impregnado de diferentes realidades, los que la hacen una época llena de oportunidades y desafíos.
El principal objetivo en esta etapa es la búsqueda de identidad, siguiendo modelos de otras personas, o modificando modelos anteriores.
Estas identidades son en extremo variadas y dependen de múltiples factores, llegando a surgir de esto las “tribus urbanas” o grupos minoritarios, que son grupos con factores de identidad similares como por ejemplo: punks, darks, hippies, emos y otros.
Esta diversidad cultural tiene actualmente un efecto negativo sobre la inserción social de los jóvenes, ya que por las marcadas diferencias de estilos y gustos son rechazados en muchos espacios educativos y recreativos. Fomentado esto por una creciente brecha en la sociedad en donde las opiniones contrarias parecieran no poder coexistir y se tiende a la eliminación y denigración de otra.
Nos enfrentamos además a un modelo globalizado, donde ha cambiado de manera abrumadora la manera de comunicarnos, con una generación de jóvenes nacidos y crecidos con las nuevas tecnologías, a diferencia de los adultos que debimos incorporarlas a posteriori.
Esto presenta nuevas problemáticas, ya sea adicciones a las nuevas tecnologías, abusos y acosos por internet y sobre todo un gran déficit de habilidades de comunicación. Les resulta más simple hacerlo a través de una pantalla que cara a cara; se evita el contacto, el tacto y la afectividad, se comunican con todos, pero no saben comunicarse con nadie.
Por supuesto, no atañe solo a ellos, porque el mundo adulto se encuentra inserto también dentro de esta realidad y es posiblemente el primer auspiciante de ello.
Como si estas situaciones fueran poco, no olvidemos el sistema en el cual históricamente nos encontramos, nuestra “querida” sociedad de consumo, que estimula constantemente la obtención de manera inmediata de lo que se vende, que podría decirse “satisface nuestras necesidades”.
Pero la pregunta es: ¿satisfacemos nuestras necesidades o las de los jóvenes? Vivimos en un modelo de consumo cuyo principal objetivo son los jóvenes, pero al que gran parte de la sociedad tiene adherencia. Vivimos en una sociedad adolescentizada, de este modo parecería que desde un pensamiento adolescente queremos ayudar a crecer a los adolescentes.
Lo hasta aquí dicho no es ninguna revelación, al fin y al cabo de una u otra manera todos tenemos conocimientos de esta situación, cabe entonces preguntar: ¿qué nos tiene tan pasivos frente a esta situación?, ¿por qué solo criticamos a los jóvenes y no generamos espacios para ellos?, ¿será que no tenemos definido qué hacer con nosotros mismos como sociedad adulta, que estamos insertos en este ritmo vertiginoso y cuando pretendemos que paren no hemos aprendido a reflexionar, a tomarnos tiempo para estar con nosotros y ellos?
Hemos discutido si pueden votar, a qué edad pueden comenzar a tomar alcohol, si despenalizamos el consumo de marihuana, a qué lugares nocturnos pueden asistir y a partir de cuándo, y un sinfín de cosas, creyendo además que somos portadores de sus vidas simplemente por la edad, perdiendo de vista que son sujetos de derecho y que tienen libertad de elección y de decisión.
No hemos sido capaces de acompañarlos, de enseñarles, de protegerlos, de contenerlos, de darles herramientas para fortalecer sus decisiones. No sirve despenalizar si no les enseñamos a elegir sanamente, no sirve que voten si no los hacemos saber que su derecho no es solo meter un papel en una urna.
Hoy tenemos una sociedad ausente, que no contiene, tenemos un sociedad que frente a la juventud se encuentra en una etapa evolutiva anterior, se da, pero no se sabe qué. Una sociedad adolescentizada que se puso el traje de adulto.
El 12 de agosto se celebra el Día internacional de la Juventud, el tema de este año es “jóvenes migrantes, hagamos avanzar el desarrollo”, sosteniendo la ONU que la intensidad de los movimientos migratorios en un mundo globalizado y conectado exige una mayor cooperación y solidaridad entre los Estados. Requiere también que, dentro de las sociedades, se aumente el acceso a una educación de calidad, a la participación democrática y las competencias interculturales.
Los jóvenes tienen un gran desafío y nosotros también.
Lic. Leandro Bergoglio (M.P. 3680), psicólogo, miembro de la Fundación Clínica de la Familia
Escucha la entrevista en el micro de Informar Para la Salud en Fm Digital 91.9 realizada el día 13 de agosto de 3013: