Según la autora, “cuando el dolor físico y psíquico invade nuestra vida, nos lleva a perder la armonía”
Cuando sobreviene el dolor físico en una persona lo primero que solemos hacer es acudir al profesional médico, allí comienza una etapa de peregrinación entre estudios clínicos y otras consultas a especialistas, hasta que se logra tener entre las manos un diagnóstico que indique un camino a seguir. Así es como creemos que se debe hacer y es correcto que así sea. Como profesional de salud mental propongo que, en medio de este proceso, la persona pueda detenerse a reflexionar acerca de otras cuestiones relacionadas con lo “psicológico”, lo anímico, lo emocional, que están influyendo en el desarrollo y en la permanencia de la enfermedad.
En la actualidad, ya casi nadie duda acerca de la importancia que tienen para la salud de una persona tanto los factores orgánicos, como los psicológicos. Es decir que en el desarrollo de cualquier patología se produce una conjunción entre cuerpo y mente. Esta interacción produce a cada segundo una profunda influencia sobre la salud y sobre la enfermedad, sobre la vida y la muerte. Actitudes, creencias, estados de ánimo pueden desencadenar reacciones que van a afectar la estructura química de nuestro organismo. Así vemos que los sentimientos de afecto y apoyo permitirán avanzar hacia el camino a la salud y los de desamor, enojo, rechazo alejarán a la persona de ese estado deseado.
Desde una instancia psicológica, se aborda al paciente que está atravesando por una etapa de dificultad física, acompañándolo a redescubrir una historia suya, deteniéndonos en aquellas situaciones difíciles y significativas por las que ha tenido que atravesar y que le han significado sentimientos dolorosos o que no han podido trascender. Se le permite el acceso a la palabra y a manifestarse libremente frente a ese dolor, permitiendo de esta manera que pueda elaborar los duelos necesarios que pudieron provocar ese desequilibrio. Se lo acompaña y apuntala en cada una de las etapas por las que vaya atravesando, hasta que la persona logre sanar de alguna manera de sus heridas psíquicas. Es un proceso que lleva tiempo y voluntad, tanto para el paciente que sufre, como para los familiares que lo acompañan en este transcurrir y que también padecen su dolor.
El abordaje
Se trabaja terapéuticamente con el paciente y su familia, para que todos puedan acompañarlo en este trance de su vida. A veces no resulta fácil entender actitudes, estados de ánimo de la persona que padece el dolor, se requiere sólo comprensión y afecto, dado que la persona está ensimismada con su dolor y no le resulta fácil poder abstraerse de él. Esto no significa que los demás deban aceptar malos tratos ni someterse al enfermo; significa tratar de entender que está atravesando un momento difícil de su vida y que en la mayoría de los casos resultará más aliviado si cuenta con un ambiente amable y afectuoso.
Para el paciente doliente, toda enfermedad implica un proceso de pérdida, deberá elaborar el duelo por un estado de salud anterior, por un miembro que ya no está, por actividades que no se podrán volver a realizar, laborales o físicas, o por otras diversas situaciones que la persona deberá acostumbrarse a no tener más. Pero también tendrá la oportunidad, si así lo desea, de adaptarse a una nueva situación de vida, aferrarse desde algún lugar interno a ella y descubrir un universo de cosas que sí podrá hacer, capacidades que sí posee y tal vez desconocía, un entorno afectivo que deberá empezar a valorar de manera diferente.
Como se expresa anteriormente, los psicólogos ayudamos a darle un sentido al dolor, acompañamos el proceso de duelo, armonizamos con el dolor del otro, damos tiempo para que aparezcan las palabras y esperamos junto al paciente que se vayan desgastando para dar lugar al inicio de una nueva etapa de la vida.
Lic. Analía Fazzano. Psicóloga, M.P. 3661 Miembro de Fundación Clínica de la Familia.