Basta que el conductor de delante tarde en arrancar, cuando el semáforo se pone en verde, para que empecemos a darle bocinazos. Cuando conducir se convierte en un desahogo emocional.
Las preguntas que se plantean son: ¿Qué es lo que hace que ciudadanos educados y comedidos se alteren de ese modo? ¿Qué tienen los vehículos que pueden sacar lo peor de nosotros?
Es llamativo como el resto del tiempo, fuera del auto, nos comportamos como buenos cuidamos. Por ejemplo, cuando nos disponemos a entrar en un ascensor, los: “Usted primero” se suceden hasta el aburrimiento. Pero en auto… ¡Que no se nos adelante nadie!
Conducir puede ser una experiencia verdaderamente placentera, y sin embargo la pasamos dictando juicios de valor, gran parte del tiempo: ¡Qué mal que maneja!
Según investigaciones de la psicología del tránsito, la principal causa de nuestra transformación al volante es el estrés. La conducción es una tarea que, en un porcentaje muy alto, produce estrés. Estas situaciones estresantes no todos los sujetos las manejan de igual forma, y encontramos que aquellos con baja tolerancia a la frustración, son quienes presentan conductas más agresivas.
Pero el estrés aparece en otras ocasiones a lo largo del día, y no perdemos los modales. En el vehículo es diferente porque este nos sirve de caparazón. Existen conductores coléricos que, fuera del vehículo, son bellísimas personas.
Esto ocurre porque el vehículo es uno de los lugares donde te encuentras más seguro. Al sentirte protegido, te ves invulnerable, y cuando alguien altera lo que consideras tu espacio vital, salta la chispa. “En el día a día, la coraza soy yo y me están viendo a mí. Pero en el auto nadie sabe quién soy”.
De lo cual se desprenden dos cosas: la primera, que cuando le ceden el paso en el ascensor en realidad no desearían cedérselo, y si lo hacen es porque no tienen un armazón de hierro en el que escudarse para poder impedírselo. La segunda, que en el fondo somos un poco cobardes. Si sólo nos atrevemos a desafiar las más elementales normas de convivencia cuando estamos a bordo de nuestro auto, es porque tenemos la sensación de que allí dentro, es bastante poco probable que alguien pueda partirnos la cara.
De igual forma podemos comparar esta situación de agresividad con la que se produce al amparo de una muchedumbre. Cuando estamos en grupo las conductas son más arriesgadas, porque el grupo nos confiere cierto camuflaje. Aquí pasa lo mismo. El vehículo nos da cierta cobertura. Lo vemos todos los días: dos autos que se están agrediendo de alguna manera pero ninguno de sus conductores se baja, porque perderían esa cobertura.
Muchos de estos estallidos de violencia responden a la idea de que el automóvil es algo más que un medio de transporte; cuando salimos al asfalto, el auto y nosotros somos uno. Es también un preciado bien del que nos sentimos orgullosos. Existe una tendencia a considerarlo como un refugio. Se percibe como la prolongación de nuestro territorio privado y un muro de contención contra las agresiones de los otros, esto es, como estar en casa.
Nunca nos comportamos en sociedad, como nos comportamos en casa. La casa es nuestro territorio, el ser humano es muy territorial y el auto forma parte de nuestro territorio. De hecho, en ocasiones un auto grande sirve para envalentonar personalidades inseguras. Yo a lo mejor me veo muy indefenso en las relaciones personales, pero cuando entro en mi auto, si tengo uno grande, me veo más seguro que nunca.
En consecuencia, no es tan raro que algunos aprovechen las situaciones de tensión que genera el coche para desahogarse de sus frustraciones, igual que otros hacen en el estadio de fútbol. Es una especie de catarsis colectiva: no soy capaz de expresarme en mi casa o en el trabajo y en mi vehículo me desahogo. En ese contexto del tránsito, soy una masa, no soy individuo, y salgo a desahogarme.
Lic. Ramiro Parsi. Psicólogo – M.P. 8765
Capacitador vial – M.P. C 680337
Director del Instituto Conducción Consciente
Nota publicada en diario Puntal el sábado 22 de abril de 2017.