La autora reflexiona acerca del abordaje a los problemas de aprendizaje desde una mirada que prioriza la indagación de los determinantes psicológicos y vinculares.
Esta generación se encuentra atravesada por la “inmediatez”. “Lo quiero ya” dicen los niños y los padres, puedan o no, se devanan los sesos para responder a la demanda perentoria, o se deshacen en explicaciones y excusas de porqué no puede ser ahora, sin que nadie se cuestione el porqué de dicha urgencia.
Tenemos guerras instantáneas, comidas instantáneas, información instantánea, niños instantáneos, y buscamos diagnósticos instantáneos con soluciones instantáneas. Incluso la escuela debe funcionar como “detector” temprano de dificultades.
La medicación suele ser la primer salida frente a las dificultades de aprendizaje, indicada en muchos casos desde los mismos maestros, presionados a su vez por las exigencias sociales, tanto de los padres como de las autoridades, de que todos los niños a un mismo ritmo. Y esto en un mundo en el que lo que importa es el rendimiento, la eficacia, en el que el tiempo ha tomado un cariz vertiginoso y los niños están sujetos a la cultura del zapping.
Esto nos lleva a preguntarnos qué tipo de atención requerimos cuando les pedimos que sigan el discurso del docente a niños a los que socialmente se los incita a atender estímulos de gran intensidad, de poca duración, y poca conexión entre sí. También un mundo en el que la palabra ha perdido valor, en lo que se dice se desmiente con muchísima facilidad. Y les pedimos que atiendan a palabras….
A la vez, los medios de comunicación hablan del tema casi como si se tratara de una suerte de “epidemia”, divulgando sus características y los modos de detección y tratamiento.
Sabemos que los problemas de aprendizaje suelen ser motivo de consultas muy frecuentes y complican la vida del niño en tanto lo muestran como fracasado, allí donde se expone a la mirada social. “El no atiende en clase” aparece como una queja reiterada de los adultos, que engloban con esa frase gran parte de las dificultades escolares.
Pienso que los niños que no pueden sostener la atención con relación a los contenidos escolares, que no permanecen sentados en clase o que están abstraídos, como en “otro planeta”, merecen que nos ocupemos de ellos, que precisemos lo que les ocurre, que profundicemos en sus dificultades para poder ayudarlos.
El ser humano es en relación con otros. Imposible de ser pensado en forma aislada, todo sujeto se va haciendo a sí mismo en un entorno y en un tiempo, armando una historia. La familia, fundamentalmente, pero también la escuela, son instituciones que inciden en esa constitución. Instituciones marcadas a su vez por la sociedad a la que pertenecen. ¿Los niños desatentos e hiperactivos dan cuenta de algo de lo que ocurre en nuestros días? Padres desbordados, padres deprimidos, docentes que quedan superados por las exigencias, un medio en el que la palabra ha ido perdiendo valor y normas que suelen ser confusas…¿podrían ser etiquetados?
Sin embargo, los niños desatentos e hiperactivos no pueden ser unificados en un diagnóstico único. En las escuelas hay niños desatentos que se quedan quietos y desconcertados, otros que se mueven permanentemente, algunos que juegan en clase, otros que reaccionan inmediatamente a cada estímulo, sin darse tiempo a pensar. Hay una gran variedad de niños desatentos. Y quizás cada uno de ellos tenga sus motivos particulares para no atender en clase. O atiendan de modos diferentes y a otras cuestiones diferentes de lo esperable.
Desde mi perspectiva, nos encontramos con un niño que sufre, que presenta dificultades, que esas dificultades obstaculizan el aprendizaje y que debemos investigar lo que le ocurre para poder ayudarlo.
A la vez, un niño que afirma: “soy ADD”, puede sentir que esa denominación le otorga un lugar distinto al de los demás y que eso es mejor que no tener ninguno, pero a su vez un niño que se identifica con una entidad psicopatológica, lo borra como sujeto. Ya no es que un niño tiene tales manifestaciones sino que, a partir de las manifestaciones, se construye una identidad que se vuelve causa de todo lo que ocurre, dejándolo encerrado en un sin salida.
La medicación tiende a “acallar” los síntomas, sin preguntarse qué es lo que los determina, ni en qué contextos se dan. Y así, pueden intentar frenar las manifestaciones del niño, sin cambiar nada del entorno y sin buscar en el psiquismo del niño, en sus angustias y temores.
Lic. Mariela R. Caraballo. Psicóloga M.P. 2552
Profesora de Nivel Superior
Miembro de Fundación Clínica de la Familia