Según la autora del artículo, el modo en el que los más grandes manejan sus emociones y sentimientos, es el modelo que se transmite a los más pequeños

En nuestra realidad actual, acelerada y vertiginosa, en la que el trabajo, la producción, el éxito laboral y económico, y otras características, nos llevan a correr y correr, parece que aprendemos a vivir para hacer. Pero ¿qué pasa con el sentir? ¿Qué lugar le damos a nuestras emociones? ¿Nos permitimos conectarnos con ellas? ¿Sentirlas? ¿Escucharlas? ¿Vivirlas? Muchas veces, no. Pareciera que no hay lugar para este tipo de cosas.

La manera en la que los adultos nos manejemos en nuestra vida con las emociones y sentimientos, es el modelo que les transmitimos a nuestros niños de cómo vivir con ellos. Por esta razón, se convierte en un paso sumamente importante, preguntarnos a nosotros mismos cómo vivimos nuestras emociones primero, para luego mirar hacia su realidad ver qué les está pasando, y tal vez, cómo nos reflejamos en ellos.

Entre las emociones básicas de amor y alegría, también se encuentran el miedo, el enojo, la tristeza. ¿Cuáles de estas emociones elegimos experimentar? ¿Y las demás? ¿Desaparecen por no elegirlas? En realidad no. Aunque elijamos vivir continuamente alegres, la vida contiene situaciones que pueden ponernos tristes, o enojarnos, o bien darnos miedo.

Entonces definamos qué es el miedo… y el miedo no es más que una emoción básica que nos alerta mental y físicamente, de una situación de peligro. Si nos permitimos escuchar esa emoción, vamos a poder tomar los recaudos necesarios para protegernos, pero si no la escuchamos, la situación se torna diferente.

El miedo aparece por primera vez en nuestra vida, a partir de los 2 años. Antes de ésta edad, los niños no perciben el peligro todavía, debido a que sienten una protección incondicional y cuasi-mágica por parte de sus padres o personas que los cuidan. A partir de los 2 años de edad, en la actitud de conocer y experimentar el mundo, los niños comienzan a explorar nuevos juegos que les permiten comenzar a sentir que sus papás pueden no estar presentes en algunas situaciones y esto va dando los primeros indicios de peligro y por ende, de miedo.

Esta experiencia de miedo, es sumamente saludable y necesaria. Que nuestros niños puedan experimentar el miedo, permite que logren reconocer situaciones de peligro y generar herramientas para enfrentarse ante ellas y protegerse.

Los miedos son naturales aproximadamente hasta los 6 años. La creatividad con la que cuentan, hace que mucho de lo que imaginan, no logren separarlo de la realidad y es la razón por la cual aparecen miedos a los fantasmas, monstruos y personajes de la fantasía; como miedos a dormir solos, a los insectos, a la oscuridad, entre otros. En esta etapa debemos acompañarlos, comprender la función que éstos miedos cumplen en ellos y ser modelo de cómo reconocer el peligro, de qué manera evitarlo, enfrentarlo o resolver esa situación. Si no sucede de esta forma, podemos encontrarnos con dos situaciones: que los niños no logren experimentar el miedo, y esto puede llevarlos a que no reconozcan el peligro y tal vez, a estar en más peligro aún. Y por otro lado, que el miedo ante diversas situaciones los abrume y no logren encontrar cómo defenderse. Esta última situación puede llevar a que los niños no se animen a experimentar el mundo, tomen una actitud más retraida, evitativa, y posiblemente que estos miedos perduren durante más tiempo.

Podemos concluir entonces, que los miedos en los niños son normales y necesarios para su desarrollo y maduración, pero depende del modelo que como padres le ofrezcamos, si les permitimos que los experimenten, cómo los vivan y principalmente qué herramientas les damos frente a ellos. Si nuestra sensación es miedo ante el miedo, vamos a transmitir cierta actitud; pero si nuestro sentimiento ante el miedo es permitir sentirlo, reconocerlo como alarma de peligro y generar una estrategia de protección ante determinada situación, la actitud a transmitir va a ser otra muy diferente.

Es sumamente importante que como padres y adultos, confiemos en nuestros niños. Para crecer es necesario, que además de darse diversas condiciones a nivel neurofisiológico, se den otras a nivel emocional y esto nos compete completamente. Los niños necesitan de la contención emocional de los adultos, de su acompañamiento, de su cuidado, guía, modelo y principalmente de amor. Todo niño logrará superar su miedo, si hay un adulto que lo ame y lo acompañe a superarlo, confiando en que ese niño puede superarlo.

Lic. Erika Marcela Beccaría, Psicóloga (M.P. 8010)
Miembro de Fundación Clínica de la Familia
Sábado 1 de noviembre de 2014

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