«¡Mamá, necesito el álbum y las figuritas del Mundial!» En un barrio de la Ciudad de Buenos Aires un pequeño de unos 10 años sufre porque «necesita» el álbum del Mundial Qatar 2022 y las figuritas. En la puerta del negocio donde trascurre la escena, un cartel con letras de molde que dice: «No tenemos figuritas ni álbum. Por favor déjennos trabajar en paz».
A unas cuadras, una ferretería tiene un cartel en la puerta con la foto del álbum, y el texto opuesto del negocio anterior: «Tenemos figuritas del Mundial, pocas cajas». Media cuadra de fila de madres y padres y algún niño para comprar el tesoro tan preciado.
Criando una infancia ansiosa
En la escena 1 vemos a un niño que dice que «necesita» completar una colección de figuritas acompañado por una madre que mira resignada sin saber qué hacer.
En la escena 2, un grupo de padres y madres invierte tiempo y dinero (mucho dinero) para que sus hijos no sufran, no esperen y tengan YA lo que quieren.
Porque vale aclarar que todo esto se trata ni mas ni menos que de esperar que las distribuidoras puedan disponer de cantidad suficiente para abastecer la demanda. Tiempos de Mundial, la previa a Qatar 2022, tiempos de niños y niñas ansiosos, tiempos de «síndrome de álbum lleno» recargados.
Qué es el «síndrome del álbum lleno»
Cuando yo era pequeño coleccionaba figuritas, pero era casi imposible completar un álbum.
Había «figuritas difíciles». Sí, televisión blanco y negro, teléfono a disco, radio a transistores, y colecciones de figuritas con al menos una difícil por cada temporada: la Mona Chita en la colección de Tarzán; Mukombo en la del Mundial ’74.
Me dijeron que un nene de 6° B la tenía, yo nunca la vi. Y nunca jamás complete un álbum. Pero no me importaba tanto, lo lindo no estaba ahí. Lo maravilloso era jugar en el recreo con las figus, completar una página, un equipo, era esperar (eso era lo más fantástico ) que en ESE paquete me saliera la figurita difícil. Fui muy feliz juntando figuritas, y nunca llené un álbum.
En algunas colecciones, los chicos de hoy tienen -garantizado por el fabricante-, el servicio de álbum lleno. Esto es, cada figurita que les falte, la piden por correo al valor de un paquete y así no hay misterio, no hay duda, no hay riesgo de frustrarse.
Lleno o lleno, sale o sale
Me contaron en estos días de una madre que lleva gastados más de 30.000 pesos en figuritas, que gastaría más si hubiera oferta, y que nada le da más placer que ver a su hijo «sentado pegando todas las figuritas del álbum».
«Ya está, le saqué un problema de encima, ya lo llenó», pensará esta madre.
Niños y niñas empachados de confort, pero paradójicamente luego al crecer serán muy poco felices en un mudo donde no hay padres y madres 24 x 7 que resuelvan lo irresoluble para ellos.
El ejemplo de Charlie y la fábrica de chocolates
Una maravillosa historia, Charlie y la fábrica de chocolates, del escritor Roald Dahl, ejemplifica este modelo de crianza.
La versión fílmica es de Tim Burton y la protagoniza Johnny Depp como Willy Wonka, el dueño de una fantástica fábrica de chocolates que quiere obsequiar a cinco niños de todo el mundo con el regalo de una visita a su imperio, lugar de ensueño y fantasía.
En la recorrida con los afortunados ganadores —en un sector en el que un entrenado grupo de ardillas selecciona las frutas secas que son aptas para el consumo—, una de las niñas, Veruka Salt, de familia acaudalada y muy consentida por su padre, le exige desde un balcón en el que observaba el trabajo de los encantadores roedores: «¡Quiero una ardilla!»
El padre mira azorado a Willy Wonka, quien le dice que las ardillas no están a la venta; contrariado este padre intenta convencer a su hija de que, con el pony, los guacamayos y algunos otros exóticos animalitos que en su casa habitaban, ya estaba bien; pero la niña hace simplemente un «berrinche», que crece en intensidad y en intención.
El señor Salt intenta convencer a Wonka con dinero, y éste, firme y sereno, reitera que no negocia. Veruka, finalmente, se arroja a la plataforma y es llevada por las ardillitas al tubo de desecho, del cual sale untada con residuos.
En la vida real, cuando somos adultos y nos encaprichamos, las cosas se parecen bastante a la suerte que corrió este personaje.
Los adultos, padres y madres no ponen limites porque:
– Quieren evitar el conflicto: «tan poco tiempo estoy y encima voy a pelear».
– Es más fácil decir que sí.
– Caen en la trampa del «todos tienen, todos juntan» (en este caso figuritas) y así la rueda gira para atrás.
– Tienen miedo a que los hijos no los quieran.
Amor responsable
Jaime Barylko habló hace mucho del miedo a los hijos: pero es preferible que tengan chichones de pequeños y no fracturas expuestas de adultos. Lo que precisa la niña de la película no es la ardilla, lo que precisa el niño del negocio de mi barrio no es el álbum del Mundial.
Lo que necesitan y los alivia es encontrar un «NO» que los ayude a aprender a frustrarse. Nos lo agradecerán de grandes, cuando enfrenten situaciones de difícil o imposible resolución. De esto se trata el amor responsable. La contracara del síndrome de álbum lleno es eso, amor responsable; educarlos para la autonomía, para la frustración, para un mundo en el que no son las cosas como queremos que sean.
Por supuesto que es una hermosa actividad coleccionar figuritas, esperar que salga la de Messi, conocer los rostros de los protagonistas, de los jugadores, (vuelvo a decir que fui muy feliz con esa actividad siendo niño). Ese no es el problema.
El problema y lo complejo está en la sensación de urgencia que experimentan los niños, avalada por los adultos. Una de las cosas que debemos educar quienes tenemos esa maravillosa y compleja responsabilidad es poder diferenciar y que nuestros niños sepan que una cosa es una urgencia, otra es lo importante. Necesidad no es lo mismo que deseo.
Los adultos debemos aquietar la premura y favorecer los tiempos de espera y frustración para que nuestros hijos no sufran. Si no les enseñamos a sufrir, no les enseñamos a crecer.
Pingüe negocio para los fabricantes de figuritas, pésimo para la salud mental de nuestros hijos. Estamos criando una generación de niños y niñas con:
– Capacidad de espera cero
– Irritabilidad extrema
– Umbral de frustración inexistente
– A los 23 años quieren ser gerentes
Esto puede provocar que en la entrada al mundo adulto les cueste mucho poder tener capacidad y respuestas de afrontamiento. Y en la adolescencia (esto agravado en esta salida post pandémica) todo puede eclosionar en depresiones, trastornos de ansiedad y sintomatología diversa.
Lo que hacemos tiene consecuencias, y lo que omitimos también. Y no es sin consecuencias el síndrome de álbum lleno. Si en esta situación placentera y lúdica se generan momentos de angustia y ansiedad, ¿Qué queda para lo verdaderamente difícil de la vida?
No olvidemos los adultos entonces:
– El limite como bandera, es amor, es cuidado. No castigo ni penitencia.
– Permitamos que algo les falte, eduquemos en el proceso para que aprendan que lo bueno no suele ser fácil.
– No maltratemos a nuestros niños dándoles todo lo que piden
Démosle herramientas para crecer, que completen el álbum de la vida con las figuritas que de nuestro ejemplo puedan coleccionar.
Aplica al Mundial, a la vida misma, a nuestros hijos. Así de sencillo, así de complejo, difícil pero no imposible.
Escribe: Alejandro Schujman
Fuente: clarín