Con los años, los olvidos son más frecuentes y mayor el tiempo hasta evocar el recuerdo. Los casos más graves pueden implicar riesgo para las personas
¿Cuántas veces fuimos desde la habitación a la cocina, abrimos una puerta de la alacena y nos quedamos mirando hacia el interior sin poder recordar qué era lo que teníamos pensado sacar de ese lugar?
En edades tempranas rápidamente recordamos lo que buscamos y continuamos realizando nuestras tareas habituales sin prestarle mayor atención al breve incidente, aduciendo el mismo a falta de atención. Conforme transcurren los años estos pequeños olvidos pueden hacerse más frecuentes y se prolonga el tiempo que transcurre hasta recordar lo que íbamos a hacer, o en casos más graves se traslada a situaciones que pueden entrañar algún riesgo dentro del hogar, para sí o para terceros, como por ejemplo olvidar una hornalla prendida, olvidar tomar medicación indicada por el médico o tomar más de la cantidad indicada por no recordar que ya se había ingerido.
Se debe tener en cuenta que este tipo de fallas de memoria puede ser el preludio de una enfermedad, esto nos ayudará a realizar una consulta a tiempo y un tratamiento adecuado que puede prolongar el tiempo de evolución del deterioro cognitivo en patologías conocidas como “Demencias”.
Se denomina Demencia (del latín de -«alejado»- + mens -mente»-) a la pérdida progresiva de las funciones cognitivas, producida por daños o desórdenes cerebrales más allá de los atribuibles al envejecimiento normal. Se observa en la práctica que, quien padece esta patología, progresivamente va perdiendo la capacidad para realizar actividades de la vida diaria.
La función cerebral más afectada siempre es la memoria de corto plazo, manteniéndose por más tiempo sin afección la de mediano y largo plazo; también se observa afectación del lenguaje, la atención, la comprensión y la conducta. La enfermedad evoluciona con pérdida de orientación, al comienzo desorientación en tiempo, luego en espacio y finalmente falla en el reconocimiento de personas que nos rodean y con quienes quizás hemos convivido toda nuestra vida. Son frecuentes los cuadros depresivos asociados, ya que en los momentos de lucidez la persona se da cuenta de que comienza a deteriorarse, generando esto disminución en la autoestima y angustia. Dentro de los síntomas conductuales los primeros hallazgos consisten en cambios de personalidad o de conducta leves, según el avance de la enfermedad pueden aparecer síntomas psicóticos, con ideas delirantes, ajenas a la realidad, alucinaciones, con desconfianza y agresión hacia terceros. La hospitalización de estos pacientes suele generar mayor confusión pero es necesaria en el caso de un cuadro psicótico.
Contar con antecedentes de familiares directos con alteraciones cognitivas es un factor de riesgo que debemos tener en cuenta a la hora de decidir hacer una consulta a tiempo con el especialista ya que genéticamente podemos estar predispuestos a padecerlas. También son factores de riesgo las patologías vasculares, como hipertensión y diabetes.
Los enfoques actuales de prevención hacen hincapié en fortalecer factores protectores, que actuarían minimizando la repercusión de los factores de riesgo, por ello existen numerosos estudios que avalan la teoría de que permanecer física, mental y socialmente activos tiene un impacto importante en retrasar el comienzo del declive en la memoria y la cognición, y que participar en actividades que estimulen el intelecto actuaría como factor de protección para este grupo de enfermedades, favoreciendo un “mejor envejecimiento cognitivo”.
No es posible modificar todos los factores de riesgo, por ello consideramos que podemos actuar en los aspectos que están a nuestro alcance: mantener una vida lo más saludable posible, cuidar nuestra alimentación y nuestro descanso, ejercitarnos no sólo físicamente sino también mentalmente estimulando la lectura y tratar de mantenernos equilibrados emocionalmente, ya que todo esto favorecerá nuestra adaptación a las situaciones adversas que nos pueda deparar el futuro.