La autorregulación y el aprendizaje socioemocional se presentan como una alternativa educativa que favorece el rendimiento académico y la convivencia.
Sentados y en silencio. Mirando al frente. Emociones invisibles, olvidadas, reprimidas y disciplinadas en cuerpos estáticos. En la cultura occidental, se suele valorar el pensamiento libre de emociones, y se cree que razonar bien es hacerlo fríamente. Esta idea pertenece a la filosofía que propuso a la razón y la emoción como dominios separados: pensamos con el cerebro, sentimos con el corazón. Las sociedades, escuelas y familias que sostuvieron esa idea consideraron a la educación como el control del cuerpo y las emociones, y a la inteligencia como una lógica abstracta y desencantada. Gracias a los avances de la neurociencia cognitiva y afectiva hoy sabemos que las emociones se procesan en nuestro cerebro, y que las división entre razón y emoción fue un “Error de Descartes”, afirmación esta última que Antonio Damasio convirtió en título de uno de sus libros, donde se presenta de manera contundente cómo nuestras emociones y sentimientos están presentes en la mayoría de las decisiones que tomamos cotidianamente.
Las emociones y sentimientos actúan como un radar que nos informa rápidamente sobre las transacciones que tenemos con el entorno y con nuestro interior. Surgen como reacción a una evaluación automática de aquello que nos acontece, y se vincula con nuestros intereses, deseos y objetivos. Experimentadas como una sensación subjetiva, involucran respuestas fisiológicas en nuestro cuerpo, condicionan nuestros pensamientos y nuestro comportamiento. El amor, el odio o la alegría tienen un fuerte poder en nuestras acciones. Decidimos más por lo que sentimos que por lo que pensamos. La influencia del cuerpo y las emociones sobre la salud, el bienestar y las relaciones sociales se ha documentado en numerosas investigaciones. Por lo tanto, es comprensible que los niños y niñas que logran reconocer sus emociones y la de los demás, pueden regularlas y compartirlas, consiguen relaciones sociales positivas y tienen mejores resultados en su rendimiento académico. Del mismo modo, los adolescentes que son capaces de tomar conciencia de sus sentimientos, aceptarlos y regularlos tienen menos niveles de violencia y de conductas adictivas. En definitiva, nuestras experiencias emocionales determinan en gran medida las posibilidades de un desarrollo saludable.
Ante la contundencia de esta evidencia, investigadora y educadora coincidimos en la inminente necesidad de un cambio en la forma de pensar la educación en nuestras escuelas, hogares y comunidades. Dentro de esta corriente, el aprendizaje socioemocional de los niños basado en la autoconciencia, el autocontrol y la empatía con los demás, está demostrando logros en el bienestar de los futuros adultos. Posiblemente, se deba a su influencia tanto en los dominios académicos como sociales. Las investigaciones en neurociencia cognitiva ponen de manifiesto que para aprender primero el cerebro debe emocionarse. El proceso comienza por la emoción, sigue por la atención y luego por la memoria. Por otro lado, las competencias socioemocionales permiten el desarrollo de habilidades sociales y comportamientos prosociales que favorecen la cooperación, el trabajo en equipo y una convivencia pacífica.
Ante el desafío de dar respuesta al aburrimiento, la desmotivación y la violencia que en algunos casos promueven la exclusión de niños y niñas del sistema educativo, es necesario dejar los viejos hábitos para pensar una nueva forma de educación. Una alternativa se puede encontrar en el proyecto de escuelas empáticas y compasivas que se sustenten en el aprendizaje socioemocinal, la conciencia corporal y el mindfulness. Para pensar en estas propuestas los invitamos a una serie de conferencias y talleres dictadas en la feria del libro organizadas por el Colegio San Ignacio, donde la neurociencia y la psicología se reúnen para reflexionar en la educación de niños y niñas: serenos, atentos y empáticos.
Juan Pablo Zorza
Dr. en Psicología
Mg. en Psicología Social
Lic. en Psicología (MP. 4512)
Miembro de Fundación Clínica de la Familia
Nota publicada en diario Puntal el sábado 13 de agosto de 2016