Las preocupaciones y obsesiones, las costumbres o rituales forman parte de nuestra vida cotidiana. Muchos de nosotros pasamos horas y horas pensando en ciertos temas que nos preocupan o nos causan ansiedad (cómo educar a mis hijos, cómo organizar los recursos familiares, cómo hablar con mi jefe, etc.). Buscamos modos de actuar o alcanzar mejor nuestras metas. Los rituales también forman parte de nuestra vida: seguimos pautas, costumbres, rutinas que facilitan la mejora y organización de nuestra vida. Si preguntamos a alguien que nos conozca bien, seguro que nos puede contar detalles característicos en nuestro modo de acometer tareas cotidianas, como, por ejemplo, en las comidas, en la higiene personal, en la limpieza de casa, en nuestro modo de trabajo, en la preparación de nuestra habitación, en el modo de colocar nuestros objetos, etc.
Somos sujetos de hábitos, o como algunos dicen, animales de costumbres. Estas manifestaciones son consideradas normales, positivas y adaptativas. Sin embargo, cuando estos pensamientos y acciones se repiten con excesiva frecuencia, escapando al control de la persona, haciéndole sufrir y dominando toda su vida, el comportamiento pasa a ser patológico, apareciendo entonces el Trastorno Obsesivo Compulsivo (en adelante, TOC).
Este trastorno, tan molesto en los adultos, también aparece en el niño y adolescente. Se están llevando a cabo muchos estudios que pretenden relacionar el origen del TOC infantil con variables psicológicas, genéticas, bioquímicas y neuroanatómicas. También los estudios sobre la evaluación y los tratamientos han ido en aumento.
Pero, ¿en qué consiste este problema? Este problema se caracteriza por la presencia de obsesiones y compulsiones. Las obsesiones consisten en ideas (“no puedo tocar la mesa porque me voy a contaminar”), imágenes horribles y repugnantes (“no soporto la imagen, la foto que me viene a la cabeza es asquerosa”) o impulsos (“parece que me voy a tirar por la ventana”) intrusivos, no deseados por quienes los sufren. Causan gran ansiedad y malestar, resultándole muy difícil o imposible suprimirlas. Los pensamientos obsesivos son el modo más frecuente. Las obsesiones más frecuentes en la infancia y adolescencia son las relacionadas con el miedo a contaminarse. También son frecuentes las preocupaciones acerca de la seguridad de los padres o de ellos mismos, por lo que pueden pasarse tiempo comprobando, por ejemplo, si las puertas están cerradas, si el gas está apagado, o si los miembros de la familia están seguros. Es posible que se presenten diferentes temáticas obsesivas en una misma persona o que vayan cambiando a lo largo del curso del trastorno. Esta sensación de pérdida de control sobre la propia conducta es percibida de una forma muy intensa, aunque esto no quiere decir que finalmente realice la conducta. En edades tempranas es frecuente que los niños no sepan reconocer o explicar en qué consisten sus obsesiones e incluso, en ocasiones, las pueden describir como voces dentro de su cabeza.
Lo más fácilmente perceptible son las compulsiones. Las compulsiones se definen como comportamientos (comprobar, lavar, ordenar, etc.) o actos mentales (rezar, contar, repetir palabras, etc.) de carácter repetitivo que el individuo se ve obligado a realizar en respuesta a una obsesión o con arreglo a ciertas reglas estrictas. Así, a la obsesión del miedo a contaminarse se podría asociar con las compulsiones de lavado de manos y evitación de objetos considerados contaminados. Estas conductas y actos mentales tienen por finalidad prevenir situaciones negativas y de reducir el malestar. Las compulsiones más frecuentes, además de los lavados, son contar o tocar de forma repetida, releer o reescribir las tareas escolares, realizar oraciones silenciosas, caminar (dar saltos) de una forma concreta, etc. Estas compulsiones las pueden realizar los menores o pueden obligar a realizarlas a personas de su entorno.
Recientemente, se han realizado dos estudios meta-analíticos centrados en el eficacia de los tratamientos psicológicos y farmacológicos del TOC pediátrico (Rosa-Alcázar, et. al., 2015; Sánchez-Meca, et. al., 2014), poniendo de manifiesto que la terapia cognitivo-conductual es un tratamiento efectivo para reducir la sintomatología del TOC infantil, destacando la importancia de la participación de los miembros de la familia (padres, hermanos y otras personas del entorno) en el mantenimiento o eliminación del problema. Los familiares pueden ayudar a la realización de rituales, colaborar en la evitación de estímulos, proveer de medidas de reaseguración, etc. para evitar el sufrimiento o rabietas del niño, potenciando que el trastorno siga avanzando (AACAP, 2012). Por el contrario, pueden ayudar a no reforzar esos comportamientos disminuyendo la frecuencia de los mismos.
La detección e intervención temprana es una de los principales objetivos de los profesionales clínicos y de la salud. Por ello, es importante preguntarse: Mi hijo, mi alumno, etc. ¿tendrá un TOC o será una manía pasajera? Hemos de tener en cuenta que en los niños y adolescentes es frecuente la presencia de pensamientos y comportamientos aparentemente similares a los síntomas obsesivos y compulsivos, pero que no son ni un indicador de riesgo ni una manifestación precoz de la enfermedad, sino que se trata de elementos comunes evolutivos. ¿Cuándo podemos considerar que se trata de una obsesión? Será una obsesión si:
- Ese pensamiento, imagen o impulso se autoimpone, no se lo puede quitar de la cabeza. Aparece de forma automática en nuestra mente. “No puedo tocar los cubiertos porque tienen bichitos”, “tengo que hacer bien las tareas”, “Mi hermana puede enfermar”… pero la aparición es de forma repetitiva, generadora de ansiedad o malestar y que repercute en el estado de ánimo del niño. Además, si se trata de un TOC, la ansiedad decrece tras el ritual o escape pero, rápidamente vuelve a aparecer con la misma intensidad, y en algunos casos, mayor, cuando vuelva a la mente otra vez la obsesión.
- La obsesión es algo más que una idea fija. Las ideas fijas, alcanzado lo deseado, suelen desaparecer. Así un niño con miedo a suspender los exámenes, una vez examinado, desaparecerá su problema, su idea fija. Si esto no fuera así y además repercutiera en su vida escolar o social, estaríamos quizás ante un TOC. No obstante, habría que diferenciarlo de otros problemas, como puede ser un tics, la anorexia nerviosa, las fobias, etc.
Tampoco todos los rituales son compulsiones. Existen rituales evolutivos, propios de la edad, como coleccionar y acaparar objetos, ver un dibujo animado una y otra vez, ordenar repetidamente unas piezas, contar números, exigir que le cuenten el mismo relato varias veces, etc. Las diferencias entre rituales patológicos y evolutivos son las siguientes:
a) El ritual evolutivo provoca en el niño una emoción agradable, placentera, disfruta de lo que hace, mientras que el patológico se realiza con el fin de disminuir el malestar, la ansiedad, pero inmediatamente vuelve a surgir la misma, a sentirse irritable y/o agresivo.
b) El ritual evolutivo no interfiere en la vida del niño/a, mientras que el patológico produce gran interferencia.
c) La finalidad del ritual evolutivo es pasarlo bien, mientras que la del patológico es eliminar las obsesiones. Se siente obligado a hacer el ritual para evitar que suceda algo malo. Por ello, el ritual patológico se impone con tal fuerza que se convierte en algo desagradable, aversivo pero al que está obligado para evitar un malestar o un miedo mayor.
d) El ritual patológico es estereotipado. Es decir, siempre se realiza del mismo modo. Se repite una y otra vez siguiendo un mismo esquema.
Finalmente, hemos de tener en cuenta que, en bastantes ocasiones, la persona con TOC prefiere evitar la situación que desencadena las obsesiones. Pero, ¿La evitación soluciona el problema? Hemos de contestar que no. La evitación mantiene el problema e incapacita al sujeto para que lleve una vida normal