La tiza y el pizarrón son insuficientes para llenar la existencia escolar de los niños de hoy. Se sigue proponiendo la misma pedagogía homogénea y uniforme, ante la diversidad de necesidades de una época digital.
Antes, en la época industrial, la escuela era la única “fuente del saber” y organizaba todos los conceptos necesarios en un cuerpo de conocimiento dividido en 12 años, que se ofrecían en textos escolares, se trasmitían en sesiones de 50 minutos de manera impersonal y se examinaban regularmente mediante pruebas objetivas. La clave del sistema educativo era homogenizar, uniformar y aprender por acumulación. Ahora, en la era digital, un niño mientras aprende a caminar y hablar ya accede a elevados niveles de información mediante diferentes dispositivos digitales, proceso que se sostienen durante todo su desarrollo. La “fuente del saber” es múltiple y casi infinita. En dos años, se ha producido más información que en toda la historia anterior de la humanidad. La clave del sistema educativo requiere de lo diverso, lo fragmentado y un aprendizaje de competencias para procesar la información que circula. Sin embargo, poco de eso pasa. Ante un nuevo mundo, la misma escuela.
A esta realidad escolar, se agrega en la última década la masificación de la escolarización. Un incremento de las matrículas de niños y niñas de diferentes contextos que acceden al sistema educativo por igual, pero bajo una marcada desigualdad social. Por otro lado, la inclusión también abrió las puertas a alumnos con necesidades especiales derivadas de la discapacidad o con problemas de aprendizaje y conducta antes excluidos de los espacios escolares. De forma vertiginosa, este logro se dio en una escuela que aún no consigue acomodarse a un cambio de época. La mayoría de las clases siguen bajo un modelo industrial, en este escenario la presencia ya no es un problema. Los alumnos están: la pregunta es cómo y para qué están juntos.
Sabemos que el aprendizaje exige una tarea escolar que genere interés y disponga de atención como puerta de entrada a la información. También la relación entre compañeros y maestros debe propiciar un clima emocional de confianza y seguridad. En algunos casos las escuelas posibilitan estos procesos, sin embargo, en muchos otros el desencuentro entre la escuela tradicional y la realidad digital produce aburrimiento, desmotivación, una actitud pasiva y una excesiva preocupación por solo aprobar. Así, aunque el cuerpo este presente se ausenta el recuerdo afectivo de compartir con otros experiencias de aprendizajes significativos y relevantes. Estar en un lugar sin sentido y con interacciones sostenidas más por lo que acontece fuera de la escuela que por lo que acontece dentro, es una existencia escolar vacía, es solo presencia sin experiencia. A esa existencia escolar suele sumarse un enunciado legal de “una escuela para todos”, pero que en la realidad solo acepta al diferente siempre y cuando no sea tan diferente, es decir, cuando no “moleste” la igualdad normatizada.
Las alternativas a esta realidad por lo menos presentan dos caminos. El primero requiere un trabajo genuino sobre la aceptación de la diversidad, esa no tan igual. Cuando el valor de aceptación empática se produce es probable que en una escuela convivan todos los alumnos más allá de sus diferencias. El segundo, es un cambio de los dispositivos pedagógicos tradicionales. Las tareas, las agrupaciones de alumnos, los contenidos, en fin, la organización de la institución escolar merece ser revisada. Parece raro, que las políticas educativas solo afronten esta tarea mediante la exigencia de formación docente. La idea de que una sola persona puede gestionar la diversidad y la complejidad que presenta la convivencia escolar, por lo menos, es cuestionable. Insistir con cambios mínimos que responsabilizan a los docenes, es desconocer que la lógica de la educación tradicional aún sigue vigente. Es centrar la discusión en uno de los pocos elementos que hace a la escuela posible, cuando en realidad, se requiere un cambio sistémico.
Juan Pablo Zorza
Lic. en Psicología, M.P. 4512
Mg. en Psicología Social
Dr. en Psicología
Miembro de Fundación Clínica de la Familia.
Nota publicada en diario Puntal el sábado 3 de junio de 2017.